Brazuquita día dos. Más fiel que ninguna.

Hoy me acompañó al partido. Fue desde la mañana cuando la saque a pasear. Creo que se mojó igual que yo. Es que fue un día lluvioso y un día largo. Ella quería ver a México igual que yo. Pero el camino, no fue fácil. Luego del desayuno la llevé a la calle en busca de transporte. Fueron diez, quince, veinte minutos caminando en la arena y adoquín de Natal y nada. Claro, mientras tanto la lluvia seguía sin cesar y nos mojaba a los dos. Pero a pesar de ellos decidimos seguir caminando con dirección al estadio por que nuestra convicción y objetivo, era la Selección Nacional y su debut en la Copa del Mundo.

Cuando menos lo esperé y luego de resignarnos a conseguir un taxi, los 40 minutos habían sobrepasado nuestra paciencia. La tomé como hasta ahora lo he hecho durante estos días, alcé mi mano a un coche particular y el primero no atendió a mi solicitud. Pero a lo lejos y con la lluvia cubriéndonos por completo, fue ella, tan coqueta como se pasea, que conquistó a un auto lejano y se frenó en busca de nuestro auxilio. Supuse que serían hombres que aman el futbol, porque solo así se enamorarían de ella, de la Brazuquita. Pero no, eran dos señoras brasileñas, de edad avanzada acompañadas de un australiano. Con las mejores intenciones, procedieron a ofrecernos un famoso “aventón”. El camino, fue perfecto y muy ameno. Lo que pudo haber sido un tormento, fue un viaje muy ameno. No corrimos con la misma suerte que muchos mexicanos.

Al fin, llegamos al estadio y el diluvió siguió. Por horas fue aquello. Algo interminable. Cuando entramos al estadio, buscamos a nuestros amigos, pero estábamos solos los dos. Ella y yo. La Brazuquita fue la única compañera que tuve en el primer tiempo del debut de la Selección Nacional ante Camerún. Fue un gran apoyo. Fue un soporte importante. A mis alrededores hubo miles de mexicanos pero no estábamos en el mismo ambiente. Cuando ellos ya estaban en el “Cielito lindo” yo quería ver futbol. Quería ver el desempeño del equipo. Y fue la Brazuquita quien me ayudó a tener paciencia ese primer tiempo donde más que la lluvia, me inundaba el nerviosismo.

El segundo tiempo fue distinto ya que encontré al fin mis acompañantes con los que viajaba. Un alivio gigante. De esos que sientes cuando todo está perdido. Pero nunca podré olvidar esos primeros y eternos 45 minutos. Donde mis comentarios y sensaciones tuvieron cabida con alguien especial. Gracias por la compañía de ayer Brazuquita.

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