Biennale de Venecia: Retratos de una maternidad imperfecta
Desde dentro de una habitación escuchamos los gemidos de placer de Janis (Penélope Cruz) y Arturo (Israel Elejalde). La cortina que da hacia el balcón se infla con el viento de forma esférica, la metáfora visual parece ser bastante clara. El sonido satisfactorio pronto se convierte en pujidos de dolor. Ahora estamos en una sala de parto con Janis, de 40 años, y Ana, de 17 (Milena Smit).
Madres Paralelas es la cinta más reciente de Pedro Almodóvar con la que abrió la 78 Muestra de la Biennale de Venecia.
No es sorpresivo que el director manchego tenga una sensibilidad particular abordando personajes femeninos, lo ha comprobado a lo largo de toda su carrera con más de 20 filmes. Sin embargo, esta vez declaró estar más interesado en “las maternidades imperfectas”. Esto resulta muy interesante, sobre todo, cuando en el imaginario colectivo la figura de la madre se nos ha mostrado predominantemente como alguien benevolente, comprensivo y paciente, dedicado exclusivamente a la crianza del ser que engendra. Para terminar pronto: encajar en el molde de la Virgen María.
Nada nuevo, esto ya nos lo sugería explícitamente el personaje de Laura Dern en Marriage Story con aquel monólogo incisivo acerca de las exigencias sociales que implica esta condición, así como la carga judeocristiana, todavía presente en el siglo XXI.
Janis quiere ser madre, lo desea. Pero también quiere reencontrarse con su pasado, con una memoria histórica que le pertenece por herencia: encontrar los restos de sus familiares, víctimas del falangismo español. Necesita reconstruir su pasado para comprender su presente.
A la par de esto tenemos a Ana, quien a mitad de su adolescencia irrumpe un embarazo. Ser madre para ella es un acontecimiento traumático, lleno de incertidumbre y miedo, en el que tampoco puede apoyarse de su progenitora (Aitana Sánchez Gijón) porque ésta decide priorizar su carrera profesional.
Madres Paralelas no es el único ejemplo de maternidades complejas. Dentro de la 78 muestra hay distintos retratos que ahondan en las inquietudes y deseos femeninos.
Uno de los más representativos está en The lost daughter, la ópera prima de Maggie Gyllenhal. En ella, Olivia Colman interpreta a Leda, una mujer madura que decide tomarse un descanso de verano en Grecia y disfrutar de su soledad. La quietud del mar y la lectura cotidiana es amenazada por una familia norteamericana que se instala en el mismo sitio que ella. No hace falta decir nada para entender que la protagonista se encuentra perturbada por su presencia, la sutileza en las miradas y las expresiones de Colman nos los dicen todo.
Pero hay otra cosa que también descubrimos en los ojos de Leda, y es su propio reflejo en el personaje de Nina, (Dakota Johnson). Su aparición reabre una herida que la obliga a la introspección.
Los recuerdos que en un inicio parecen ofuscados, pronto toman forma y conocemos, a través de flashbacks, a una Leda joven (Jessie Buckley), madre de dos niñas, estudiante de letras, y pareja de un hombre que es completamente ajeno a lo que sucede dentro del hogar. A ratos somos testigo de viñetas llenas de complicidad entre Leda y sus hijas, de risas, frustraciones y respiraciones profundas para controlar los nervios. Un día esa contención se agota y Leda cierra la puerta a sus espaldas sin titubear.
Lost daughter pone en pantalla un argumento arriesgado. Se trata de una exploración hacia los límites de la maternidad, aquello que la crianza puede drenar en una mujer, y el peso de las decisiones tomadas cuando se anteponen los intereses personales.
Es casi inaceptable y escandaloso ver una madre iracunda o egoísta, contrariamente a un padre, por eso el personaje de Leda incomoda. A un padre se le perdona la ausencia, a una madre no.
¿Qué destino le espera a una mujer que practica un aborto clandestino en medio de los años 60?
Para contestar esta pregunta, tal vez haga falta nuevamente volver a la premisa inicial: conocer nuestro pasado para entender nuestro presente. Y en este sentido, la película de Audrey Diwan, basada en la obra literaria de Annie Ernaux, no podría ser más atinada.
L’Evénement es un fragmento de la historia femenina que todavía hoy en día, a distancia de casi 50 años, seguimos peleando, y a la vez celebrando. El ejemplo más reciente es la despenalización del aborto declarada en Coahuila, el pasado siete de septiembre, y que sirve de argumento legal para el resto de los estados donde se sigue castigando.
Más que una película, L’Evénement es un testimonio. La experiencia que encarna la protagonista del filme, es la que vivió la misma escritora francesa Annie Ernaux. En la ficción seguimos a Anne (Anamaria Vartolomei), una joven que tiene el deseo de concluir sus estudios para ser profesora y salir de las limitaciones de su condición social. Al poco tiempo, y con la rigidez mental de la época, se ve forzada a realizar un aborto clandestino.
Con tomas muy cerradas, y de una crudeza única, nos acercamos a su evolución, tanto física como emocional. Anne manifiesta su libertad a partir de la reapropiación de su cuerpo, desafiando incluso la muerte o la prisión con tal de interrumpir aquel embarazo, y con ello la idea de cumplir el mandato divino destinado a una mujer.
“Me gustaría tener un hijo algún día, pero no en lugar de una vida”, le confiesa al doctor, tras una revisión. La pluma de Anne hoy nos impulsa a seguir escribiendo una revolución que implica reconocer los propios derechos. Ella, desde su singularidad, nos habla a todas.
En cada uno de los títulos anteriores existe una empatía, y una mirada exploratoria hacia las historias de mujeres que deciden construir su vida alrededor de la maternidad, como hacia aquellas que revelan una ausencia de instinto materno, y una entrega total hacia su vocación profesional. Tanto en Madres Paralelas, como en The lost daughter o L’Evénement, encontramos personajes heterogéneos con múltiples aristas, que rompen con la estigmatización y la romantización de dicha experiencia. Fragmentos de una maternidad real y compleja. Retratos de una maternidad imperfecta.