Por: Feli Dávalos / @feligres
La historia del hip hop (HH) mexicano ha sido más bien secreta y ha respondido en gran medida al mismo proceso tecnológico y sociocultural en el que se han visto inmersas prácticamente todas las manifestaciones de la cultura popular. No se puede hablar de HH nacional sin hablar de internet, pero lo mismo se puede decir del HH cubano y de otras escenas en Latinoamérica, como la chilena; las tres con presencia a nivel hispanoamericano. Hay un marcado momento de tránsito de la década de los noventa a la entrada del milenio en turno, mucho más dramático que el vivido de la década de los ochenta a la siguiente, en donde el HH siguió un curso normal de crecimiento. En los ochenta había en el DF, literalmente dos grupos –Crimen Urbano y Cuarto de Tren-; en los noventa se agregaron más, pioneros indiscutibles, algunos de ellos activos hasta la fecha. Sin embargo, en los noventa era un grupo pequeño y hermético el que dominaba la incipiente escena; y hacer rap, en palabras de Elemsiburrón: “era de plano una excentricidad”.
Por evidentes razones: en esas épocas, ser “hiphophead” significaba, en prácticamente el 100 por ciento de los casos, tener algún tipo de vínculo con Estados Unidos: ya sea que hubieras ido y hubieras comprado discos o que hubieras vivido allá, que tuvieras una antena satelital en tu casa, que tuvieras familiares del otro lado o un sinnúmero de otros ejemplos. En general, esa primera escuela del rap mexicano fue influenciada por los grupos afroamericanos y chicanos objeto de un tremendo boom mediático desde fines de los mexicano eran en inglés: Sociedad Café (grupo pionero y legendario de rap cholo, Neza representin), al principio se llamaba Brown Society y rimaban en inglés sobre las pistas de sus ídolos. También en estas épocas, el HH nacional no separaba sus artes fundacionales. Se pensaba como un todo el graffiti, el breakdance, el rap y los DJ’s; aunque DJ’s sólo hubo, de un modo serio, salvo honrosas excepciones, hasta la década pasada.
Muchos de los pioneros del HH nacional comenzaron bailando o rayando con una laca y fue luego que tomaron el micrófono e, incluso después de esto, otros decidieron volverse DJ’s (shot out a 732). Dos características son fundamentales en el HH nacional noventero: por un lado, este respeto al HH como un todo que incluía más cosas que el rap; por otro, en esta década comenzaron quienes sentarían las bases de la escena nacional underground, realmente mexa, con una propuesta estética propia. Desde Bocafloja hasta Los Caballeros del Plan G, desde Ximbo hasta Zake, pasando por La Vieja Guardia y Control Machete; todos comenzaron realmente a involucrarse en el HH en estas épocas y son ellos a quienes se debe el verdadero inicio de una sana, definida y prolífica escena de rap nacional… whatever the fuck that menas. Quisiera, antes de continuar, mencionar a grupos como VLP, Petate Funky, Chikalangos, Kartel Aztlán, y en el norte del país a otros como BOCA H, Baztardozz o Controversia Funk. Los menciono porque como acertadamente me dijo DJ Jonta: “A diferencia de países como España, en donde existe un reconocimiento por su vieja escuela, en México una vez que hiciste algo por el hip hop, quedas en el olvido”. También, le pese a quien le pese, Claudio Yarto a través de su grupo Caló, fue el primer MC mexicano de alguna relevancia y debe ser mencionado.
Del año 2000 para acá, las cosas han cambiado dramáticamente, en gran medida para bien. Pero en todo este proceso, el HH nacional ha vivido en una especie de mundo paralelo y la etiqueta “underground”, como en casi ningún otro género musical o manifestación urbana, se ha mantenido incólume a lo largo del trayecto. Sólo hasta hace apenas un lustro el HH mexicano comenzó a formar parte de otras plataformas de música independiente y a ser tomado en cuenta como un arte con exponentes serios; la proyección en otros medios de comunicación sigue siendo a regañadientes y ahí sí, a estas alturas, la culpa reside igualmente en los “rappers”.
En gran medida (y esta es una opinión personal), la apertura al rap nacional se debe a la llegada de René de Calle 13, el primer MC latinoamericano que sonaba latinoamericano a (deja tú los grandes públicos) los periodistas del rock y la gente de otras escenas musicales: René fue el primer MC cuya voz fue escuchada. Merito propio del bato, mach rispekt, pero un poco como lo que sucedió con Eminem: conozco a una abultada cantidad de rappers que decidieron dedicarse a escupir rimas en un micro formalmente porque tuvieron a Marshal como ejemplo. Algo así, pero a nivel “acepto el rap y me interesa aunque no sepa nada de él”, sucedió gracias a René y eso tiene poco tiempo en realidad. Esta ecuación es tan cierta que, uno de esos MC’s que ha aceptado en muchas entrevistas una influencia directa del prodigio de Detroit, es René mismo. Ahora, también hay que tomar en cuenta que todavía hace siete, ocho años, ser hiphophead implicaba ser visto como un bicho raro y, en general, aunque el ejemplo de Eminem es cierto, la mayoría de las personas que han pasado por las filas del HH mexicano comenzaron porque su vecino lo hacía o su hermano mayor: el orgullo barrial es un elemento indispensable de su historia y es razón por la cual, hasta la fecha, la gente no conoce el rap de Naucalpan, el rap de Tláhuac o el de Iztapalapa; aunque en las tres entidades existan prodigios del freestyle y haya una sana tradición de b-boys y b-girls, graffiti writers y beatboxers. E incluso, existen diferencias estilísticas claras en estos tres ejemplos.
El HH nacional desde sus inicios y hasta la fecha, ha estado ligado a zonas marginadas, donde los artistas lo hacen por pura necesidad de manifestarse, de pertenecer a algo, de sobresalir en su cuadra, en su colonia, en su delegación o municipio y es una actividad ligada a la amistad y a la adolescencia. Además, antes era mucho más harcor y en los eventos eran de cajón las madrizas y la gente que lo hacía (y mucha que lo hace actualmente o que lo vive y lo representa) ha carecido de medios para hacer cosas de calidad y darse a conocer en otros circuitos. En esa medida, aún existe una tremenda marginación hacia el rap mexicano: si la escena de música independiente nacional fuera nuestra sociedad mexicana, el HH sería el equivalente a las comunidades indígenas. En ese panorama, se entiende que el HH haya carecido de una infraestructura propia, de medios especializados y de posibilidades reales para que los artistas sigan desarrollando su arte.
"Este texto se publicó originalmente en El Fanzine. La primera entrega en el # 36 y la segunda en el # 37."