La película que merecíamos ver en el cine, pero que solo llegó a Netflix
Para quienes no lo sepan, Annihilation, el nuevo filme del director Alexander Garland, recién estrenado en la plataforma Netflix, es un thriller psicológico de ciencia ficción que estaba destinado a vivirse enteramente en la grandilocuencia de la sala de cine. Su etiqueta de "Original de Netflix" no responde realmente a su naturaleza creativa, sino a una estrategia comercial de distribución.
En una movida atroz, Paramount Pictures, su casa productora, optó por privar al resto del mundo de tal experiencia cinematográfica y lanzar únicamente para Estados Unidos, Canadá y China la cinta en su formato original, dejándonos al resto la única opción de aplicar el streaming para ver a Natalie Portman combatiendo fuerzas cósmicas en una selva mutante.
Esta determinación marquetera obedece por supuesto a la crisis que el cine "cerebral" sci-fi enfrenta en la taquilla estadounidense frente a blockbusters de proporciones épicas y superheróicas, pero también a una mala racha de filmes que Paramount no consiguió despegar, apostando ya sea por filmes de dudosa factura o de temáticas densas.
Vender los derechos de distribución a la plataforma responsable de Stranger Things es un paso seguro para su inversión fílmica, adelantándose a un posible fracaso con salas de cine vacías. Dicho esto, cabe lamentar que una experiencia tan inmersiva y escalofriante como esta haya quedado relegada a unas cuantas pulgadas de pantalla.
"Creo que estás confundiendo suicidio con auto-destrucción, y son cosas muy diferentes. Casi ninguno de nosotros cometemos suicidio, mientras que casi todos nos auto-destruimos. De una forma u otra, en un aspecto de nuestra vida. Bebemos alcohol, fumamos, consumimos drogas, o desestabilizamos el trabajo feliz... o el feliz matrimonio. ¿Acaso la auto-destrucción no está codificada en nosotros, impresa en cada célula?"
Dra. Ventress, Annihilation
Pero Annihilation merece ser experimentada, punto. Aunque sea vía Netflix. Si bien su diseño de sonido, su formidable banda sonora y sus visuales delirantes se sienten diluidos, la ferocidad de su historia y su inventiva permanecen casi intactos. Aniquilación puede dividirse como un tríptico poético. Su primer acto es el más sosegado y también, el más ordinario. Una escena de interrogatorio, un esposo desaparecido, un misterio alienígena en un faro. Los preludios siempre se tornan peligrosamente lentos cuando se tienen que establecer preguntas, personajes y propósitos. Pareciera por un segundo que estamos frente a otra historia de "humano contra naturaleza", la vulnerabilidad frente a lo indómito, el peligro de lo oculto en la maleza. Pero recuerda: estamos frente a una obra de Alexander Garland, director y guionista de Ex-Machina (2014), autor de obras estimulantes y provocadoras que han dejado al espectador en estupefacción después de los créditos finales, desafiando sus expectativas.
Esto se hace evidente cuando, adentrados en el segundo acto, es imposible no retorcerse o escandalizarse frente a las singulares y espeluznantes secuencias que se desenmarañan frente a nosotros. Las aberraciones insólitas de este nuevo ecosistema, engullido por la rareza extraterrestre que lo contiene, se nos revelan cada vez más torcidas y perturbadoras. Comenzamos a estremecernos a la par de sus protagonistas. Nos sentimos invadidos tal cual. Y justo cuando una escena brutal nos azota con fiereza y pensamos que esta travesía no puede tornarse más inaudita, llega el tercer acto.
Después de ir y venir en flashbacks adornados por el country de Crosby, Stills & Nash que nos revelan las heridas que impulsan la historia profundamente emocional detrás de Aniquilación, la última media hora se despoja de la nostalgia y las cuerdas de guitarra acústica para dar paso a una orquesta de sintetizadores y revelaciones que atormentan nuestros sentidos con visiones ferozmente alucinantes. Imposible narrar lo que ocurre sin arruinar el final.
Sin embargo, sí es propio decir que ningún camino trazado antes, durante el prólogo y desarrollo de la historia, nos prepara para un clímax tan abrumador, terrorífico y fascinante a la vez. Una oda a la creación y a la destrucción, a la sobrenaturalidad de lo natural, al delirio de lo desconocido. Una coreografía apabullante de autodescubrimiento y terror. Primero barroca y luego minimalista, poética, silenciosa. Un viaje psicodélico de sonidos y símbolos que nos hace llevarnos las manos a la boca mientras nuestra quijada se abre en sorpresa e incredulidad. Si la gente dijo que los últimos 40 minutos de mother! de Aronofsky son una experiencia surrealista, los últimos 30 de Aniquilación son lisérgicos y perturbadores. Una mezcla entre Under The Skin del 2013 y la formidable Arrival de Villeneuve de hace dos años.
Al final, la cinta inspirada —mas no basada— en la novela homónima de Jeff VanderMeer fusiona el delirio de su material de origen con el onirismo de Garland para resultar en una pieza que cumple lo que dicta: aniquila al espectador. Lo obliga a tal introspección y cavilación frente a los hechos que se le presentan que el golpe sensorial es letal. Quizás carezca del encanto futurista y romántico de Ex-Machina, pero Aniquilación tiene brutalidades placenteras imposibles de olvidar, además nos deja una reflexión resonante y punzante: la auto-destrucción como camino tortuoso, aunque veraz, hacia la creación de algo nuevo. Dejar detrás lo que fuimos, para comenzar de cero.
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