Acercamiento a la O del poema “Avestruz”
Hay en el legado poético de César Vallejo un verso que no puede ser leído sin estremecimiento: “cuando abra su gran O de burla el ataúd”, del poema “Avestruz”. Las interpretaciones de este solo verso son casi inagotables. Además: este verso completa en sí mismo una idea redonda. Me permitiré decir la palabra prohibida, rival de los encabalgamientos: esticomitia. El verso puede ser arrancado del poema y funciona con vida propia como aforismo. Las palabras que conforman la línea de ese poema han acogido la letra O sólo de manera aislada, para dar un énfasis distinto a esa forma cerrada que nos remite, por asociación inmediata, al cerO, a la Nada (así con mayúscula), que la muerte supone. Sin embargo, la misma letra subvive en los vecinos semánticos del ataúd: cementeriO, túmulO, epitafiO; y también en algo que se abre y que se cierra, y que urde la regresión a los orígenes: bOca. La letra O también nos sorprende en las palabras que guardan relación con burla: escarniO, mOfa, irrisiOn. La pregunta incómoda es: ¿a cuál de todas las Oes se refiere el verso de César Vallejo? Reducir su significado a una sola de las ya citadas es un defecto. La O del ataúd es también la O de la tumba y de la huesa, y de la sepultura, por supuesto. La letra se convierte en cerO, porque los números inundan con su torrente algunos poemas de Trilce, para multiplicarse por cualquier vida y arrojar el saldo temido: tOdO mOrtal por cerO es igual a cero.
A Vallejo le gustaba el juego de voltear las palabras para mejor definir el espacio sensible. Recuérdese la palabra final de aquel poema, que podía leerse de revés: odumodneurtse (estruendomudo). Y esa O que no queremos calzar aún aparece también, por metonimia, como sed de inmortalidad insaciada: “DesalOje llave de VallejO la sed”, palíndromo que acaso hubiese gustado al amauta.