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Portada del disco DOGA de Juana Molina.

Mentolados de pepino

Hay días que no entiendo casi nada de lo que me dicen. Desde que me despierto, mi capacidad de comprensión se reduce a cero. Como una especie de mutismo y sordera selectivos.

La verdad es que me canso de poner atención todo el tiempo, en tantas cosas a la vez. Me atraso en responder los mensajes de Whatsapp y se me pierden los que no he respondido pero ya vi. Tardo días en contestar e-mails de asuntos que caducan en instantes, las redes sociales embarrándome sus anuncios en la cara como si no me diera cuenta de que ninguna de esas cuentas es de algún amigo que no veo hace tiempo, ¿quién es toda esta gente? en toda vía de comunicación, todo el ruido, de toda la ciudad, con todos los camiones de doble semirremolque pedorreándose al mismo tiempo, el cielo eclipsado por una nube gris espesa que no deja que pase ni un rayo de sol.

Y encima, hay unos weyes que fuman mentolados de pepino como si las señales no fueran claras. Son nuestros mejores años en la tierra.

Raquel

 

 

LUX – Rosalía
Nerea

 

 

Portada del disco LUX de Rosalía.

 

A casi cuatro años del alabado Motomami, Rosalía publica, como una epifanía celestial, su cuarto álbum, LUX, que exige abandonar las expectativas. Yo tenía las mías: el sonido de su último proyecto, sus altibajos, trap y reggaetón que convivían con boleros y flamenco, su capacidad de hacerte bailar y al minuto llorar por baladas que se quedaron sin dedicar, este disco no era eso.

La primera escucha me desconcertó; no era lo que imaginaba. Pensé en cómo los oyentes solemos esperar que los artistas repitan lo que nos enamoró, cuando ningún creador tiene la obligación de complacernos. 

Durante tres años, Rosalía investigó y estudió la vida de múltiples santas de todos los rincones del mundo, y para honrarlas, las cita en su idioma de origen, como en “Porcelana”, por ejemplo, donde rapea en japonés en referencia a Ryōnen Gensō, una monja japonesa que se desfiguró la cara para ser admitida en un monasterio, porque su belleza era considerada una distracción para los otros pupilos. 

A la mitad de “Berghain”, una de las canciones más destacables, irrumpe la intervención divina: Björk, encarnada en el Espíritu Santo, anuncia que la redención sólo se alcanza entregándose por completo. Para recibir el don de la vida eterna, debe llegar la expiación: “La Perla”, una carta ardiente contra la falsedad de un recuerdo, donde el desahogo también es fe.

En su búsqueda de trascendencia, el amor, tan cercano y vital como La Yugular, se expande y une lo personal con lo universal, lo tangible con lo etéreo y entonces asciende. Desde el cielo brinda con “Sauvignon Blanc”: libre de peso y de oro, canta al amor como única riqueza. Acompañada por Estrella Morente y Silvia Pérez Cruz, pilares fundamentales del flamenco, explora la herida y su huella: perdonar no siempre es olvidar, sino convivir con la cicatriz. Hacia el final, se une Carminho, reconocida cantante portuguesa de fado, para reflexionar sobre la memoria y la identidad. “Magnolias” cierra LUX con serenidad y fulgor. Rosalía imagina su funeral como un festejo de luz, un réquiem luminoso donde la fe y la música sellan el ciclo con amor y paz. 

Cuando en 1965, Bob Dylan fue abucheado en Newport por enchufar una guitarra eléctrica, pues los puristas sintieron que traicionaba al folk. Rosalía hace algo parecido: rechaza la fórmula que le funcionó y apuesta por algo nuevo. 

Como todo álbum conceptual, LUX pide tiempo, paciencia y entrega. Rosalía es una propuesta de pop que se reinventa, porque sí, como dice ella misma: “Tiene que existir otra forma de hacer pop. Björk lo comprobó. Kate Bush lo comprobó. Tengo que pensar que lo que estoy haciendo es pop. De otra forma, no pienso que estoy triunfando.” No es el álbum que esperaba, pero es un álbum que envejecerá como un buen vino.


 

DOGA – Juana Molina
Nat

 

Portada del disco DOGA de Juana Molina.

 

Yo pensaba que me gustaba la música experimental, pero después de DOGA, me di cuenta de que no soy tan abierta a todo tipo de sonidos. Juana Molina definitivamente me sacó de mi zona de confort.  Fue un buen reto. Un inesperado pero buen regalo de cumpleaños. 

11 de noviembre, ocho de la mañana. Es mi cumpleaños. Descargo DOGA para escucharlo camino a mi primera clase. El iberobus va tarde, el tráfico está insoportable, y entre el cansancio y el estrés de no llegar a tiempo, el disco terminó por desesperarme. Hubo un par de canciones que no pude terminar de escuchar, porque a la mitad ya me habían generado una incomodidad física. Las dejaba sonar un rato más pero no terminaban, canciones incómodas y que dan cosita. Juana trascendió de lo auditivo a lo corporal en pocos minutos.

Juana Molina siempre ha jugado mucho con la experimentación musical. El álbum está lleno de ruidos raros: metales golpeados, instrumentos desafinados, beeps robóticos, glitches. Sonidos disruptivos que se mezclan con su voz sutil.  

Pareciera que todo está fuera de lugar, pero los casi seis años de trabajo que se invirtieron en crear este disco buscaban romper con la idea de la estructura común de la canción. 

Este es un rollo algo mareador. Las bases son repetitivas, pero esa uniformidad tiene su sentido. La voz de Juana es lo que le da cuerpo al rompecabezas: a veces dulce con influencias folk, a veces más alocado con influencias electrónicas. Sin duda, una voz muy cabrona.

 




Pebbledash – To Cast The Sea In Concrete
Carol

 

Portada del disco Pebbledash de To Cast The Sea In Concrete.

 

Este disco está hecho para escucharse con audífonos, o muy alto en una bocina de buena calidad. Desde los primeros segundos te mete en un espacio mental donde el ruido se convierte en un paisaje marítimo colado en concreto, en el que se camina muy agusto. El gris del cemento toma el color de distintos pigmentos polvosos que se levantan en el aire con cada paso.

Tiene algo profundamente íntimo en cómo las guitarras se deshacen entre capas de reverberación y esa voz que suena a que va a estallar en rabia o en llanto. El noise y el shoegaze conviven sin chocar, como si el caos y la ternura pudieran coexistir. Si necesitabas una prueba de que el musgo entre los azulejos de la alberca es una manifestación de nostalgia viva, aquí está. Es un disco que no busca distraerte sino acompañarte mientras procesas lo que tengas que procesar. 

 

 

Stardust – Danny Brown
Tello

 

Portada del disco Stardust de Danny Brown.

 

¿Ubican estas fiestas cool de gente rica? Un pent house moderno con muebles de nogal, acabados en latón e iluminación indirecta por debajo de los muebles. El reflejo cálido en los lentes entintados de los asistentes, que usan lanas que no parecen lana, todo sobre sneakers. Con pinturas abstractas y arreglos florales minimalistas, el sueño de lo que piensan los finance bros gringos del lujo yakuza en Manhattan. Esa fiesta podría traducirse en jazz hip-hop con acento y cócteles tuneados por el top shelf

Bueno, a nada de eso suena Stardust de Danny Brown. Sería mejor descrito como una fiesta millennial (derogatorio); un clip de Jason Derulo filmado con un iPod nano. Un montón de adolescentes que se escriben mierda en ask y tienen fotos besuqueándose con polvo azul embarrado en la cara, life in colors.

Solo que los pubertes ya no son tan pubertes y se preocupan por su historial crediticio. La fantasía se cae para bien con artistas hyperpop como underscores o Jane Remover, reconocibles por la gente que sabe qué es un Labubu (y no sabe qué es Habbo). Ritmos frenéticos de jungle como en “1L0v3myL1F3!” (a pesar del nombre) reafirman que, afortunadamente, los wayfarer blancos y los supra no están de moda otra vez.

Sinceramente, no todo es malo, ni en el disco ni en la época de YOLO-símbolo-de-infinto. Stardust no es una fiesta llamada Proyecto X que termina con la rola de los Black Eyed Peas que parece una porra de cuatro minutos, y tampoco es como que esa fiesta sea mala. A veces un mentolado de pepino es más real y menos tóxico que un vape de mandarina maracuyá. Danny Brown no es Drake ni Usher y aún se le escapan momentos SCARING THE HOES, que al parecer no se repetirán pronto por su beef con JPEG en redes. Mismas que critica en la primera canción como buen representante de su generación, confirmando que mi alucine de reseña no está tan lejos de la vibra del álbum “Doing anything for content, how we go from mixtapes to clickbait?”

P.D: puede que tenga todo mal y que sea solo la perspectiva de alguien que le perdió la pista a quienes le llamaban “tener swag” a tener estilo. A lo mejor y la gente que sabe samplear en un Roland Sp404 entiende mejor las capas sonoras del álbum que alguien que le gustó más el álbum de shoegaze irlandés reseñado arriba. Tal vez esta fue una oportunidad perdida para hablar de los cambios en la industria musical y la forma en la qué conectamos con la música, las tendencias y la gente con quien salimos de fiesta. Ni modo, esto no es Pitchfork.

 



Charlotte de Witte – Charlotte de Witte
Diego/Callejas


Portada del disco Charlotte de Witte de Charlotte de Witte.

 

Día 55: Transmitiendo desde las entrañas de un submarino belga en lo más profundo del océano Atlántico. Toda mi tripulación cayó víctima de un envenenamiento por polonio que entró como Caballo de Troya en una ración mal empaquetada. Buen día para quedarse atorado en la sala de torpedos durante la hora de la comida. Espero el rescate. Todo saldrá bien.

Día 70: La soledad ha comenzado a afectarme. Noto algo extraño… la sala de máquinas, donde deposité los restos de la tripulación, emite un ritmo hipnótico. Cada golpe del motor late como un beat que no tiene ni inicio ni fin.  Seguro solo es mi imaginación.

Día 108: El radar me está mandando mensajes, la cuadricula verde sobre un fondo negro manda destellos que recorren mi cara y las paredes con cada pulso. Cada uno retumba en mis oídos en forma de frecuencia buscando entrar a mi cerebro. El submarino me está tratando de decir algo. El chillido del sonar se suma a la sinfonía metálica que retumba por todo el casco.

Día 165: YA NO PUEDO MÁS. El sonido de las máquinas era tolerable, podía ignorar las frecuencias del radar pero ahora escucho el eco de las voces de mi tripulación. Están en las paredes como si estuvieran nadando alrededor de mi nave tratando de convencerme de que los acompañe en el agua helada. 

Día 200: Por fin lo entendí. Las máquinas, el sonar, las voces… todo susurraba la misma frase: Through the energy of sound / We connect with the infinite / In the silence between the notes / Enter the realm of the unknown.


 

Steep Stims – Clark
Malau

 

Portada del disco Steep Stims de Clark.

 

Hace más de medio año Ricardo López me propuso hacer una guía radiofónica para mostrarle a las personas cómo escuchar música electrónica, inspirado en la serie que hizo Elisa Schmelkes sobre cómo escuchar música clásica. Esta idea vive en mi ático mental, al lado de “hacer un diagrama musical sobre cómo se relacionan géneros, artistas, disqueras, canciones y hechos históricos entre sí” y “escribir sobre el concierto legendario de Autechre en México el pasado 12 de octubre”, empolvándose día con día y esperando a ser seleccionada entre las muchas otras que he acumulado a lo largo del tiempo. 

Soy ese tipo de persona que suele esperar a que sea el momento perfecto para accionar. Esto mismo me ha hecho darme cuenta de que, muchas ideas tienen fecha de caducidad y que la perfección no existe, es igual de falsa que la justicia. Claro, para todo hay momentos más pertinentes que otros, pero esperar a que el momento perfecto llegue por sí solo, es realmente una excusa para no hacerlo. Dicho esto, aún no estoy lista para hacer aquella guía, pero voy a empezar por sugerirte escuchar a Clark

Sus lanzamientos con Warp Records y Deutsche Grammophon evidencían la relevancia y rango de su propuesta. Tiene más álbumes y EPs que años en la industria musical y ha sonorizado todo tipo de proyectos, como performances, películas, series, videojuegos e incluso una pieza para danza contemporánea. Esto es lo que pasa cuando no esperas al momento perfecto. Tus ideas se materializan, quizás ante tus ojos con muchos errores, pero bien sabemos que los errores solo son oportunidades para aprender. 

Steep Stims es una expedición estimulante entre picos y llanuras que si bien no tiene los mejores paisajes, te está preparando para futuras excursiones. Clark es un gran maestro, te enseñará la gigantesca variedad que caracteriza a un término tan ambiguo como “música electrónica”. Para mí, escuchar música electrónica es encontrar comodidad en la incomodidad y significados donde no hay palabras. No es para todos, porque nada lo es, pero si tu cóclea aún no tiene el placer, aquí está un buen comienzo.