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Portada del disco Oblivion de Alice Phoebe Lou.

Hay valientes

Muy seguido me pregunto quién habrá sido el primer valiente en abrir una ostra y comerse ese suculento y desagradable frutto di mare.

No es lo mismo que el primer güey que partió un coco, se tomó el agua y se comió su carne. Por lo menos el coco no se ve como el gargajo de alguien que lleva una década bajo la dieta estricta de fumar crack y masticar colillas de banqueta debajo del mar. Está sospe, por decir lo menos. Digo, el hambre es canija, pero ¿cómo así, compadre? A mí porque me las sirven en los restaurantes playeros con harto limón y valentina, o en la ciudad, a un sobreprecio estúpido, en una bandeja plateada con hielo picado y una mignonette. Pero así, ¿porque recogiste una concha embarazada en la orilla del mar que quedó descubierta al bajar la marea? No sé. Hay valientes. Yo jamás hubiera adivinado que había algo comestible, nutritivo y delicioso en la viscosidad al fondo de una concha, o en el aguamiel dentro del cajete del maguey maduro, justo a punto de morir en un esplendor de floración.

Entre esos valientes, hay algunos que se atreven a probar por primera vez la miel dentro de un panal de abejas, y otros que se animan a escuchar PsychoWarrior: MG Ultra de Machine Girl para que tú tengas la seguridad de que alguien ya lo probó primero y no está muerto (todavía).

Todos estos discos son un atrevimiento que, como comerte un ostión por primera vez, corres el riesgo de que te de repulsión, o de que te guste un chingo. Toma una por el equipo, y escucha esta selección. ¿Qué tal que te encuentras con el primer coco del trópico de tu círculo social y te conviertes en un héroe?

Raquel

 

 

PsychoWarrior: MG Ultra – Machine Girl
Feru


Portada del disco PsychoWarrior: MG Ultra de Machine Girl.

 

Escuchar este disco es como entrar a una iglesia hecha de cables y luz neón donde, en lugar de incienso, hay humo de rave.

Las voces angelicales del coro son reemplazadas por los gritos digitales que raspan el alma y un órgano de sintes con distorsión que crece hasta el techo. Machine Girl aquí no canta: predica a cuchillo, como si estuviera llamando a los pecadores eléctricos a la pista del fin del mundo entre ladridos metaleros.

Hay algo casi sagrado en esa distorsión, como si la estática fuera un bautizo y el beat un sacramento que no se pide, sólo te atraviesa. Suena a redención por sudor en la pista de baile en la que se headbanguea, a perdón otorgado entre luces estroboscópicas y respiraciones agitadas, a una fe rara que se siente en la piel antes que en la cabeza.

La portada, con ese magenta celestial-tóxico, parece un altar para santos sintéticos, y mientras avanza el disco, te arrodillas frente a un dios de metal líquido que no ofrece paz, sólo movimiento esquizofrénico. Tú le dices que no entendiste el ritual, que nunca fuiste devota del ruido, pero igual te quedas; igual dejas que te toquen las cadenas y que el bajo te limpie como agua bendita en fuego. Es rave, es metal, es un martirio bonito y voluntario, es bailar aunque duela, aunque no sea tu templo. Es dejar que el cuerpo rece por ti cuando la mente no alcanza, hasta quedarte con el corazón latiendo como un motor viejo que aún insiste en seguir vivo.




WE WERE JUST HERE – Just Mustard
Andrés

 

Portada del disco WE WERE JUST HERE de Just Mustard.


La relevancia de la escena irlandesa no es noticia. Bajo sus cielos grises y su lluvia constante, algo tiene que florecer. Si no son pastos acolchados o tréboles de tres hojas, son bandas que saben cómo convertir la melancolía en música con sentimiento y altas dosis de distorsión.

Al mero estilo shoegazero de aftertaste medio industrial, con un sonido oscuro y crudo que al mismo tiempo resulta íntimo y vulnerable, este disco es una mezcla de texturas que, lejos de ser aturdidoras, se funden en una atmósfera cálida y envolvente donde nada sobra. Las capas de instrumentos, combinadas con los sintes que a veces recuerdan a HEALTH y la voz casi angelical de Katie Ball, construyen un caos ordenado y sensible que se atraviesa hasta los huesos.

Escucharlo es como presenciar un sueño que se desmorona lentamente ante tus ojos sin desvanecerse del todo a medida que despiertas.

La banda de Dundalk no busca encontrarle tres pies al gato, simplemente muestra su capacidad para crear atmósferas complejas y frescas que amplían su ya sólida discografía. Con sus dos álbumes anteriores Heart Under y Wednesday, ya habían demostrado que son músicxs excepcionales; sin embargo, en esta tercera entrega llevan su sonido característico a otro nivel, acentuándolo con una energía mística que deambula entre lo onírico y lo real, envolviendote por completo en su propio universo estruendoso.

De principio a fin, el grupo reafirma su dominio al moverse con naturalidad entre géneros como el dream pop, el shoegaze y el post rock por decir algunos, pero también su curiosidad y deseo de seguir empujando los límites de su sonido. Este disco no solo confirma el crecimiento de la banda, sino también su lugar como una de las propuestas más emocionantes y genuinas de la escena irlandesa actual.

 



Hourglass – Antibalas
Alex P


Portada del disco Hourglass de Antibalas.

 

No me preguntes por la sombra, pero el sol de otoño puede sentirse muy veraniego.

Ritmos aburridos y repetitivos, alientos apagados y poco interesantes, guitarras saturadas y egoístas y una mala voz que arruina todas las canciones, es todo lo que le falta a este álbum. Lo nuevo de Antibalas, banda de Brooklyn fundada en 1998 por Martín Perna, es un viaje instrumental que no duda en experimentar con la fórmula común del género, sin perder en ningún momento la esencia del afrobeat que se encargaron de popularizar en la diáspora africana y en una audiencia global más amplia. 

No puede evitar pensar en soundtrack para una película de robos millonarios como Ocean’s Eleven, sonando a todo volumen mientras tomas champaña en un departamento con vista al mar meditterráneo con todos tu bola de amigos delincuentes especializados, después de haber escapado a toda velocidad en un Alfa Romeo robado por las calles de Mónaco. A veces pierdes esa línea delgada en la que empieza o termina alguna de las canciones, pero esa es parte de la magia de este disco: dejarte llevar por las guitarras rítmicas llenas de funk, las de afrobeat que te incitan a mover el cuerpo y los alientos tan melódicos y protagónicos. Estos y otros elementos hacen que un álbum largo se sienta tan enérgico y digerible. El mejor recordatorio de que el verano no es una estación, sino una sensación de la que podemos decidir formar parte o no. 

¿Tú de qué lado estás? ¿De ser una hoja seca y dejarte caer poco a poco a la sombra, o saltar al sol y llenarte de energía? Antibalas sabe bien de qué lado quieren estar e irradian luz veraniega con cada canción de este disco, cuya escucha provoca una respuesta incontrolable en el cuerpo: las ganas de bailar en un día soleado.


 

Daisy Cutter – Ouri
Vale S.


Portada del disco Daisy Cutter de Ouri.

 

Regina George caminaría por los pasillos de la escuela escuchando “Droplets in The Air pavoneándose como una completa diva. 

make me lose control,
separate my body from my soul,

Este es el álbum más reciente de Ourielle Auvé, la productora franco-caribeña que reside en Canadá. Con una portada minimalista que lleva solamente un texto en braille, que, si mi intuición es correcta, es nada más y nada menos que el título del álbum. Canciones como “Paris” y “multiLove evocan un ambiente soft de chica sofisticada, pero por otro lado, “V Stories te sumerge bajo el agua y te deja lentamente sin aire. 

Behave !” ocupa la segunda posición en la lista de canciones más escuchadas en la cuenta de Spotify de la productora, con Charlotte Day Wilson como la voz que acompaña a la melodía principal, creando un juego sonoro entre una voz más dulce y una voz más seria. El estilo característico de Ouri es una composición de mezclas orquestales con música electrónica, generando imágenes sonoras que sacuden, seducen y te abren el diafragma como buscando exhalar un suspiro, algunas veces de deseo y otras de dolor. 

Este álbum es la combinación perfecta entre el deseo femenino y sofocante y el pulso alentado de letras que se sienten como el humo de un cigarrillo que se escapa por una ventana mal cerrada; es las profundidades del mar y la perla que se esconde en la almeja. “Death Row” es la primera canción del álbum y con la que yo cierro, pues es el submarino perfecto que te sumerge con las ondas de su sonar, en una invitación latente para escuchar cada una de las canciones que le siguen.


 

Teal Dreams – Yazmin Lacey
Sofía G

 

Portada del disco Teal Dreams de Yazmin Lacey.

 

El evento canónico de todas las niñas fue pintar su cuarto color verde aqua, o teal, y Yazmin Lacey no es la excepción. “Teal Dreams” es la canción de apertura y la que nombra este disco. No es casualidad, es la esencia que encapsula por completo su sentido. Narra sus sueños y ambiciones, y se remonta al lugar donde se formaron.

Con toques de reggae, funk, soul y jazz, Lacey explica la incertidumbre en una relación y las inseguridades narradas a través de unos beats que de inmediato se entienden como el batidillo de ansiedad y emoción que provoca estar enamorado de alguien. Momentos de negociación y aceptación del final de la relación se ven reflejados en su balada “Worlds Apart”. 

Otro tema que toca Lacy, es el de las dificultades que enfrenta para cumplir los sueños que iniciaron en ese cuarto verde turquesa. La frase “It’s a revolutionary act when black girls dream” en su canción “Teal Dreams” revela lo consciente que estaba de niña de las adversidades que enfrentaría de adulta.

“Water”, en la que colabora con TYSON, juega con una mezcla de soul y r&b para plasmar el momento en el que se dió cuenta de que lo importante es ella misma. Finaliza este gran trayecto con “Longest Way Round”, una reflexión acerca de regresar a sus raíces. Este álbum y todo lo que llevó a la culminación de él, era con lo que soñaba de niña. Es una prueba de que a pesar de todo se atrevió a cumplir con lo que se propuso años atrás, rodeada de paredes pintadas de un color bastante particular. Todo lo cumplió.

 



Oblivion – Alice Phoebe Lou
Danielo

Portada del disco Oblivion de Alice Phoebe Lou.

Cuidar de una flor no es tarea fácil. Según mi madre, se necesita cantarles una que otra balada o, de vez en cuando, charlar con ellas; proporcionarles algún tipo de amor. Como aquel beso efímero cuando el soldado, a punto de partir a la guerra, le pide a su mujer el último roce de labios. Esa es la esencia de Oblivion, de Alice Phoebe Lou.

La flor que se ve notablemente en la carátula del disco es una entrada a la escucha. En la contraportada, aparece la cantante sin aquella silenciosa compañía. No soy experta en botánica, pero tras investigar supe que esa flor tropical se trata de un hibisco blanco con el centro rojo. El color blanco simboliza la inocencia, la pureza y la claridad espiritual, que puede escucharse tal cual en la voz de Alice. Las letras de sus canciones, que fácilmente podría llamarles poemas, son una receta para el cuidado espiritual, una inoculación que provoca una respuesta biológica en tus emociones.

De igual manera, la belleza efímera de una flor es perceptible en canciones como “You and I”: esta se asemeja a la duración de una conversación entre dos, entre un tú y un yo, que puede ser tan breve como un momento, pero se queda impregnada hasta la raíz. Como cuando leas esta nota y, chance, vayas a cantarle “Darling” a una flor de tu jardín a ver qué pasa.

Como todo lo vivo, el disco llega a su final. La flor se marchita después de liberar las semillas del hibisco, transitando su ciclo natural. También así se apagan las emociones, selladas con un beso que se borra con el tiempo y mitigadas por la ausencia. “With or Without” marca el cierre de este recorrido delicado y de sabiduría interior femenina que nos cobija en el jardín de Alice. A veces, ser sincero es cuidar, y Alice cuida así: canta desde la honestidad, para la renovación de nuestros pétalos cortados.