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Portada del disco Juniper de Joy Crookes.

Discos para olvidar a Kendrick Lamar por un segundo

Esta semana es legendaria por muchas razones, pero pasará a la historia por albergar la efeméride permanente que marca en el calendario la primera vez que un rapero llenó uno de los foros más grandes de la ciudad.

Kendrick Lamar prometió regresar, y amiga, yo te creo. Voy a hacer a un lado el auge del hip-hop en nuestro país por un momento, para darle paso a una colección de discos que si fueran la descripción del perfil psicológico de alguien, el diagnóstico sería la esquizofrenia.

Está el regreso de la banda islandesa Múm, un disco todo raro, todo monótono de esos que hace Joanne Robertson, un soundtrack de Trent Reznor y Atticus Ross, una especie de shoegaze electrónico, los bajos pesados en la música oscura disfrazada de inocencia de NewDad y el r&b de Joy Crookes.

Congruencia: 0. Variedad: 100. Balance: perfecto. Hay un disco para cada mood, o un mood para cada disco. Prefiero que me recomienden discos completamente distintos entre sí, que la misma música de siempre. Despiértenme cuando Kendrick regrese a la ciudad.

Raquel

 

 

Blurrr – Joanne Robertson
Regina


Portada del disco Blurrr de Joanne Robertson.

 

Nunca había escuchado hablar de Joanne Robertson y, cuando vi la portada, juré que no escucharía el disco.

Parece que sacaron la imagen de la carpeta olvidada de los EPs de pandemia, esa época oscura en la que todo el mundo pensó que podía hacer música, como si la humanidad no estuviera ya suficientemente castigada. Pero, haciendo mi scroll mañanero en Instagram, me salió una publicación de Pitchfork con una reseña muy buena del disco.

Y, como la persona impresionablemente débil que soy, decidí darle play. Sí, lo admito: soy una perra básica de Pitchfork (no se hagan, todas lo son). La escucha de inmediato me transportó a Forks, ese pueblo lluvioso y deprimente de Crepúsculo. El disco, básicamente, me calló la boca.

Llevaba tiempo buscando un disco mañanero que acompañara el otoño. Porque claro, uno en la Ciudad de México quiere vivir el otoño aunque aquí una temporada completa sucede en el transcurso de un solo día. Blurrr me dio exactamente eso: el soundtrack para sentirme Bella Swan, caminando con la neblina pegada a la cara rumbo a la escuela, lista para que Edward Cullen me arruine la vida.

Ahora, hay que decirlo: el disco puede volverse monótono. De hecho, si lo pones fuera del horario matutino, es prácticamente una invitación a dormir. La colaboración con Oliver Coates es lo más cercano a “movido”, aunque es movido para abrir los ojos, no para bailar.

Consejo: no lo escuchen manejando, salvo que quieran aparecer en las noticias al día siguiente. Sin embargo, aquí estoy, sorprendida. Porque a pesar de la portada horrible (y subrayo, HORRIBLE), Blurrr de Joanne Robertson es perfecto para inaugurar el otoño. Es un álbum para huir, aunque sea un ratito, de ese otoño que no existe en la Ciudad de México.

 

 

History of Silence – múm
Dany A

 

Portada del disco History of Silence de múm.

 

Si quieren meterle freno de mano un rato a su vida, o si necesitan un ansiolítico sonoro que les permita no colapsar ante el aplastante ritmo que impone la ciudad, escuchen The History of Silence

Es interesante hablar de la importancia del silencio. Sobre todo desde un proyecto musical con más de una década de practicarlo. El silencio es una de las partes fundamentales de la música, es el espacio negativo que permite apreciar el sonido en su totalidad, y al mismo tiempo es una de las condiciones más difíciles de lograr en el mundo que habitamos actualmente. Estamos acostumbrados a exponernos a una cantidad absurda de estímulos a los que simplemente reaccionamos. A veces pareciera que nuestros cerebros siempre tienen ruido presente, y la calma del silencio ya nos resulta casi ajena (o al menos así me pasa a mí).

Una de las formas en las que he encontrado que puedo silenciar mi mente por un segundo es escuchando música. Lo sé, me estoy engañando porque escuchar música también es un estímulo, y en realidad solo estoy tratando de ignorar lo podridos que están mis receptores cerebrales, pero vamos paso a paso, de alguna manera tengo que lidiar con el estrés. Estoy teniendo un día particularmente complicado y encontré un respiro en este disco. La suavidad de los instrumentos y la voz fueron bajando poco a poco el volumen de mi monólogo interno, y ese ruido que me dificulta establecerme en el aquí y el ahora se puso en mute. Por fin había algo de silencio en mi cabeza.

Dejé de pensar en todo lo que ha pasado y en lo que eventualmente pasará. Estaba contemplando lo que había a mi alrededor, olvidé por un momento todas las cosas que me agobiaban y dejé de sentir esa sensación extraña en el estómago que mi terapeuta llama ansiedad.

Les recomiendo que le pongan toda su atención a la experiencia, no dejen que se vaya al fondo (como suele suceder cuando escuchamos un disco), ténganla presente. Ojalá ustedes también puedan alcanzar un poco de ese silencio mientras navegan el tracklist, y que por un momento se les olvide el agotamiento al que nos somete el día a día, la chamba, la escuela o aquello a lo que debemos dedicar casi toda nuestra energía.

 



TRON: Ares – Nine Inch Nails
Ana Lau

 

Portada del disco TRON: Ares de Nine Inch Nails.

 

NIN nos recuerda los orígenes del sonido. Ese impulso primitivo de hacer música con lo que tenemos a la mano: el choque de dos objetos o el ritmo que inventamos al golpear con un lápiz sobre la mesa. De ahí nace el industrial, de convertir el ruido en arte, la máquina en instrumento.

Hoy, escuchar soundtracks de películas ya no es cosa de “niche kids”: se volvió parte de la cultura pop. Y ahí aparece NIN para recordarnos que el rock industrial puede expandirse hacia nuevos mundos narrativos. La banda -o mejor dicho, el proyecto creativo de Trent Reznor, músico y productor estadounidense que lo fundó en 1988 en Cleveland, Ohio, y su socio Atticus Ross, productor y compositor británico de música para cine- dirigieron el soundtrack de Tron: Ares. Juntos han creado un álbum de 24 piezas que se empezó a trabajar hace cinco años. Es tanto un homenaje a la electrónica de culto como un manifiesto auditivo de nuestro presente digital.

El disco combina samplers y secuenciadores, sintetizadores analógicos y modulares, ambientes digitales, y la nostalgia del desgaste de la cinta analógica emulada con software moderno. El resultado es un tejido sonoro donde conviven capas densas de ruido mecánico, objetos metálicos golpeados, atmósferas opresivas, cuerdas y pianos procesados que aportan una dimensión reflexiva, y silencios calculados. Cada sonido cotidiano es transformado en algo nuevo a través de la grabación, el procesamiento y la edición.

En medio de ese mundo, aparece la guitarra procesada hasta perder su forma natural: un acorde que entra limpio y es atrapado por un delay, que lo repite hasta el infinito, se sobrepone a sí mismo y construye un muro de sonido que nunca se apaga del todo. Sobre esa base, se suman pedales de chorus, reverbs infinitas y overdrives extremos, hasta que el instrumento deja de sonar como una guitarra y se convierte en una máquina de ruido eléctrico.

El resultado es un álbum que nos sumerge en el universo de Tron: un mundo represivo pero sensual, mecánico pero lleno de movimiento. Una experiencia que acelera, frena en seco o nos abandona en medio de un paisaje resonante sin salida. Es la traducción musical de una sociedad digitalizada, caótica, donde la luz y la oscuridad compiten en un mismo espacio.

Desde sus inicios, Nine Inch Nails combinó rock industrial, electrónica, metal alternativo y atmósferas oscuras. Tron: Ares retoma esa herencia y la adapta al lenguaje del cine. Escuchado en orden, el álbum se convierte en un storyboard sonoro: cada tema parece anticipar una escena, un corte, una persecución. Escuchado con atención, revela un uso repetitivo e inteligente de patrones musicales que regresan disfrazados, como ecos en un sistema digital infinito.

Tron: Ares confirma que Nine Inch Nails ha sabido mantener su esencia, al igual que otras bandas hermanas del industrial y la electrónica oscura como Ministry, Skinny Puppy o Depeche Mode (en su etapa más sombría). Este soundtrack no solo acompaña una película: es una obra autónoma, una declaración estética que une el ruido, la melodía y el cine en un mismo pulso eléctrico.

 

 

Vultures – Ivor Woods
Dani R

 

Portada del disco Vultures de Ivor Woods.

 

A veces quisiera tener un ego alterno que no tuviera temor de decir nada, que se atreviera a conseguir sus sueños más profundos o como la gente suele mencionar, no tenerle miedo al éxito.

La productora galesa Rachel Crabbe también tenía esa sensación y encontró un canal perfecto para desenvolverse: la música electrónica multiinstrumental. Su personaje, Ivor Woods, vence cualquier obstáculo y logra hacer Vultures: su espacio de terapia para convertir sus emociones más intensas en piezas sonoras antes de que se vuelvan demasiado abrumadoras.

Transforma sus pensamientos intrusivos y recurrentes en sintes y una percusión delicada.

Las sesiones de terapia no se las echa solas, en el tercer track, “Processed Meat“, llega Minas, su compañero de los valles de Gales.

Como muchas sesiones con el psicólogo, en las que sales con más dudas de las que tenías en un inicio, la portada genera ambigüedades: ¿qué significarán esos colores? ¿Es un trip psicológico o un filtro contra rayos UV? Este mismo cuestionamiento, al que se le podría dar muchas vueltas, se vuelve presente en el sonido del disco, al subir y bajar el ritmo (las pulsaciones por minuto) y compartir el diván con Ivor Woods.

Al final, no conseguí un ego alterno sin temor al éxito, pero aquí hay un disco que me acerca a tenerlo.


 

Juniper – Joy Crookes
Flor

 

Portada del disco Juniper de Joy Crookes.

Este disco es imperfecto. La voz de Joy es descuidada porque le da mayor peso a las sensaciones que provoca y por ende se siente más cercano. ¡Claro! Tiene mucho sentido. Son baladas de desamor en las que habla el dolor, no la perfección.

El disco se compone a partir de referencias a figuras míticas del R&B como Gnarles Barkley con sonidos sucios y citadinos. El bajo se apodera de todo en “Pass the Salt”, una colaboración con el rapero californiano Vince Staples. La resonancia con “Super rich kids” de Frank Ocean palpita todo el tiempo en “Carmen”. Es evidente que las dos son canciones que hablan el mismo idioma, aunque tienen trece años de separación. 

Aunque el disco se compone mayormente de r&b, hay momentos raros donde salta al pop de una forma tan anticlimática que de escuchar el disco tapada hasta la naríz con una cobija del Costco, con pantuflas de borrego y un chocolate en mano, te escupe directo a la fila de la caja de un Old Navy en un centro comercial. 

El disco es humano, otoñal, arraigado a una raíz musical que se deja mecer entre varias rolas. A veces funciona, otras veces rompe el sueño febril. Definitivamente es un disco naranja que puede acompañarte durante el frío que azotará la ciudad durante estos meses.

 



Altar – NewDad
Andrés


Portada del disco Altar de NewDad.

Altar
se siente como un retrato colectivo de una NewDad en plena transición, pero también como un álbum escrito solo para ti. Una hermosa mezcla de shoegaze y alt-rock sincero que te abraza con un mar de emociones sin caer en lo genérico.

Entre la nostalgia del hogar, el costo de las expectativas dentro de una industria musical podrida y la búsqueda de identidad, esta banda de Galway hace un disco tan personal como universal. Un recordatorio de que, incluso después de la tormenta más gris, siempre asoma el sol.

La brillante voz de Julie Dawson del susurro pasa al grito entre guitarras etéreas y brumosas melodías delicadas. El recorrido arranca con la vulnerabilidad de la incertidumbre en “Other Side” que cae con la sensación de gotas de lluvia entre la distancia y la duda. En “Pretty” los músicos miran atrás con nostalgia y encuentran refugio en la memoria de un hogar que, aunque lejano, sigue siendo parte esencial de su identidad.

En contraste, rolas como “Roobosh” y “Misery” descargan enojo y frustración en una neblina enérgica casi palpable que empuja a confrontar el dolor de dejar todo atrás para perseguir un sueño.

Después de la mitad del álbum los decibeles bajan y se topan con un muro de desesperanza y confusión. La tensión en “Puzzle” y “Entertainer” es una suerte de juego de expectativa vs realidad entre lo que la banda quiere ser y lo que otros esperan que sean. El cierre no ofrece respuestas fáciles, pero sí aceptación. Rolas como “Everything I Wanted” (favor de no confundir con la de Billie Eilish) y “Something’s Broken” confrontan con la realidad de que crecer duele, perseguir implica sacrificar, y dejar atrás no significa olvidar.