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Portada del disco Los Vasos de Los Fibos.

El under más under del mundo

Estamos afuera de un edificio en Insurgentes, parados junto a la sexshop de al lado. No distingo el nombre, el neón que lo anunciaba está fundido. “¿Crees que sea en la sexshop o en el edificio?,” le pregunto a Diana.

Saca su teléfono y revisa el cartel que nos enviaron nuestros amigos. “Pues… podría ser en ambos”. No es descabellado lo que dice, estamos aquí porque unos amigos vinieron desde León a dar un pequeño concierto. No son una banda conocida, somos sus amigos quienes solemos estar en sus espectáculos. Regreso. Como no son conocidos, es natural que el concierto lo den en un espacio barato.

Bien podría ser en un sótano misterioso dentro del edificio o en la sexshop. (Si cierro los ojos puedo imaginar muchos amplificadores adornados por muñecas inflables. Los instrumentos dispuestos como si fuera una especie de tiny desk con la pared trasera adornada por dildos de los que se pegan. Los miembros de la banda en lencería y el baterista con una máscara de látex negro y cierres en los ojos. Quizás así esta historia sería mejor de lo que es.)

Diana tiene la brillante idea de tocar un timbre en el edificio. Esperamos unos minutos. Una mujer, de unos 60 años abre la puerta y nos dice: ¿Vienen al foro? Respondemos que sí y nos advierte: “Antes de entrar necesito que se me apunten en esta libretita… Es por cuestiones de Protección Civil.”. Confundidos, nos volteamos a ver y nos apuntamos. (Mientras escribía mi nombre tenía ganas de decirle a la señora “Oiga, ¿de paso no tendrá un marcador para apuntarme en el antebrazo mi tipo de sangre y el número de teléfono de mis papás?”. Más adelante, en el canal de YouTube Buildings of Mexico, único sitio en el que encontré información sobre el edificio, vi que supuestamente está al borde del colapso. Debí haber pedido el marcador.)

Avanzamos y la señora nos obliga a subir a un elevador diminuto y de luces parpadeantes. Mientras se cierran las puertas dice: “Oigan, por favor no estén en escaleras ni pasillos, tienen que subir un piso más y ahí está el foro. Con cuidado.”. Que Clara Brugada nos acompañe. Por fin llegamos al foro, una amiga nos recibe con gran sorpresa: “¿¡Si llegaron!?”. Sí, casi 4 horas antes del concierto de nuestros amigos. Otras bandas tocarán antes que ellos. Ni hablar, yo también estoy sorprendido. El foro está en un sexto piso, es la sala vacía de un departamento, con cortinas negras cubriendo las paredes y dos amplificadores puestos en el suelo. Las ventanas están tapadas por láminas metálicas pintadas de negro. Necesito una cerveza. Le pregunto a nuestra amiga si venden cerveza. Me dice que sí, que en la barra.

La barra es la mesita de una cocina en la que un sujeto sonriente y de pelo rizado está fumando marihuana en un bong. Me acerco y le pido una Carta Blanca (Mi historia de vida confirma que la Carta Blanca es la cerveza más democrática del mundo. Uno puede pedirla en un rodeo, en un restaurante de alta gama, marisquerías, taquerías, antros para la clase media citadina, tianguis y en el concierto de tus amigos en el sexto piso de un edificio de Insurgentes supuestamente a punto de derrumbarse). Cuando traen mi cerveza les pregunto si aceptan pago con tarjeta. Me dicen que solamente transferencias y me dan un papel con indicaciones específicas para realizarla. Tiene que ser a una cuenta Nu. No se puede transferir desde Banamex. En el motivo de pago no se puede poner “Cerveza”, “Chela”, “Cheve”, “Helodia”, “Birra” ni cualquier otro sinónimo. Se tiene que poner “Máscara”, “Vestido” o “Playera”.

Toca la primera banda. Una imitación de The Strokes. (De un tiempo para acá, todas las bandas “alternativas” que tocan en lo más under del under tienden a imitar a bandas dosmileras de rocanrol. Sería tolerable si no tendieran también a alcoholizarse como Julian Casablancas de The Strokes. Pero si estás tocando en un edificio a punto de caerse, sería prudente que lo que resaltara fueran tus rolas y no cuantas veces eres capaz de tropezar con el amplificador).

En el descanso entre una banda y otra a Diana le dan ganas de ir al baño. La acompaño hasta la puerta. Mientras espero me dan ganas a mi también. Busco otro baño. Abro una puerta y un sujeto acostado en la cama me dice: “No hermano, solo hay un baño”, con la tranquilidad de alguien que ha tenido que aclarar eso más de una vez. Parece que suele suceder. Por fin tocan nuestros amigos. Me dedican una de sus canciones y sudo de tanto saltar. (Salté tanto porque en ese momento no sabía que el edificio estaba al borde del colapso. De haber sabido, no estaría escribiendo esto). Termina el concierto. Nos abrazamos, tomamos fotos y el viento que recorre Insurgentes nos despeina.