Semana de cosas raras y selección de rarezas
La semana pasada se estaba acabando el mundo por culpa del nü metal, pero por suerte, la vida de un disco en este vórtex de sobreoferta musical es como de media hora y eso ya pasó.
Algo bueno había que sacar de haber reducido nuestra capacidad de atención a quince segundos de basura virtual en un mar contaminadísimo de microplásticos digitales. Esta es la semana de las cosas raras.
Lucrecia Dalt es, sin duda, el disco más relevante de la semana, pero es una selección por la que nadie habría apostado sabiendo que el adorado David Byrne en su era tiktoker (que además hizo un disco rarísimo) y la respetada Shame eran sus contrincantes para dominar el liderazgo de esta selección.
El disco de James K es otra propuesta de bajo perfil que compite muy bien por el título ganador. Sus colaboraciones con Yves Tumor, Moin, Mykki Blanco y Priori, han acomodado a esta productora de Nueva York en un contexto respetable, pero su disco es exactamente el sonido noventero por el que la Gen Z babea.
Va en el mismo cajón que Lifetime de Erika de Casier, Big city Lights de Smerz y Choke Enough de Oklou. Titanic es un proyecto raro en sí mismo, y hasta Big Thief hizo un disco raro para Big Thief. Esta selección de rarezas está de nivel máximo. Gocen.
A Danger to Ourselves – Lucrecia Dalt
Nat Z
A veces hay que morir para renacer. Esa frase regresa con insistencia en esta época: tal vez porque el otoño anuncia la próxima depresión estacional, o porque el fin del año nos recuerda que, contra todo pronóstico, seguimos aquí.
Estar no significa tener certezas ni alcanzar la perfección, sino vivir con intención; y esa dirección muchas veces surge cuando nos dejamos caer en la desesperanza. No es rendirse, sino atravesar el vacío para regresar con la sensibilidad afinada, capaz de reconocer la belleza que antes pasaba desapercibida.
Esa es la fuerza que recorre A Danger to Ourselves, el nuevo álbum de Lucrecia Dalt, concebido tras un episodio en el que su corazón se detuvo durante ocho segundos por una crisis epiléptica. Un roce con la muerte que, lejos de quebrarla, le devolvió una claridad distinta.
Dalt transforma la caída en un acto de entrega y de amor; explorando el deseo y el desarme del cuerpo en una obra que nos confirma que solo quien se asoma al abismo, regresa a la superficie con una nueva vida que ofrecer.
Double Infinity – Big Thief
Carol

Después de consolidar una identidad de sonido, Big Thief derrumba las expectativas y se aleja de las fórmulas. Este es el primer disco de la banda como un trío, después de la partida de su bajista original, Max Oleartchik.
He escuchado a más de una persona decir que: “es el disco menos Big Thief de Big Thief”. Yo difiero. Es cierto que el sonido es distinto al trabajo que les conocemos: el cambio de cuarteto a trío abrió las puertas a colaboraciones con distintos percusionistas y vocalistas que fueron invitados a participar, como el viejo lobo del ambient, Laraaji. También se incorpora un sonido más etéreo y sensorial, que deja atrás la narrativa estructurada del folk rock que habían hecho hasta ahora.
A pesar de esto, la esencia sigue siendo la misma. Este disco presenta no solo forma, sino fondo: es una desnudez emocional que invita a reflexionar sobre la condición humana, la vulnerabilidad y la necesidad de conexión. Me gusta pensar en este disco como una meditación que coloca frente a nosotros la profundidad del sentimiento para el que fuimos hechos, y que, por la manera tan rápida en la que se mueve el mundo, solemos olvidar, reprimir o desconectar de ese núcleo emocional que nos mueve.
Double Infinity es un recordatorio para redescubrir y reconectar con la capacidad humana de amar. Un disco que captura la inmensa complejidad del amor, y al mismo tiempo, es lo más simple y verdadero que conocemos.
Cutthroat – Shame
Xavi

Debajo de una cúpula de metal, sobre unas gradas del mismo material ya oxidado, un sol rojo parece querer comerse todo lo que ilumina a su paso. Gritas apasionadamente con la multitud a tu alrededor.
Llueven gotas de cerveza caliente que la gente avienta en su euforia, como si eso saciara un poco la sed de violencia que infecta el ambiente. Tanto el resto de la audiencia, como tú, son espectadores de un espectáculo que celebra la libertad desmedida.
Las gradas rodean un círculo de la muerte en el que tres motociclistas musculosos se enfrentan esperando ser el último en pie o sacrificarse como una ofrenda a la entidad sedienta que suda alrededor. Junto a ese ritual de carne y cuero, toca una banda, que se mimetiza con el paisaje y se convierte en un elemento fundamental en el escenario.
La banda es todo eso que está pasando debajo de ese domo de metal. No tocan música por “ambientar” el lugar, sino porque el mismo ambiente se los exige. La sed de euforia y la catarsis colectiva hacen que no puedan dejar de tocar. No quieren dejar de tocar. No van a dejar de tocar. Así suena el Cutthroat de Shame, banda pionera del sur de Londres que forjó la escena del rock actual de esa ciudad. Idles vino después. Squid vino después. black midi vino después. Black Country, New Road, vino después.
Les pregunté a varias personas qué pensaban cuando veían la portada. Algunas dijeron “libertad”. Creo que esa es la esencia más pura del disco: la libertad sin límites. Solo las emociones dictan lo que la banda quiere hacer y el valor en eso es inmenso. El disco suena a una bola de gente en un slam, golpeando, pateando y gritando. Sientes los golpes volar junto a tu cabeza, escuchas los gritos del foro lleno, algunos de euforia, otros que cantan en coro a la par de la música. Sientes el sudor ajeno fusionarse con el tuyo, en una amalgama de olores, visiones y sensaciones que explotan en el pecho.
Cutthroat es un disco de post punk con el caos característico del género, sin deslavarse hacia el noise. Nunca deja de escucharse bien ni pierde su esencia para convertirse en puro ruido, Shame se mantiene justo debajo del límite, y para mi sorpresa, casi nunca se acerca. A veces es elegante, a veces es tosco, pero siempre está vivo.
Who Is The Sky? – David Byrne
Nerea

Siete años después del American Utopia, David Byrne regresa con Who Is the Sky?, un disco en colaboración con Ghost Train Orchestra, un ensamble neoyorquino con tintes avant-garde liderado por Brian Carpenter, y cuenta con la producción de Kid Harpoon, conocido por trabajar con Harry Styles.
La portada es un montón de colores arremolinados y la figura de Byrne casi indistinguible, no siempre las portadas coinciden tan perfectamente con lo que encuentras dentro, pero aquí sí.
La primera canción es prometedora: “Everybody Laughs” abre con guitarras divertidas y un coro que suena como un cruce entre Sesame Street y la rola que pondría en su historia de Instagram ese wey que acaba de regresar de su viaje a Europa y dice que quiere tener un año sabático eterno. Tiene encanto, aunque puede que no a todos les vaya a convencer ese humor tan ligero.
Hay momentos realmente disfrutables como “A Door Called No”, “Don’t Be Like That” o “She Explains Things to Me”, en la que David habla de su autismo con transparencia (algo que no habría hecho desde “Psycho Killer”), pero, en general, me deja una sensación de que es un trabajo desigual, irregular, sin canciones memorables.
Muchas veces las canciones parecen quedarse en la ocurrencia, letras que se sienten poco poéticas y más excéntricas que significativas. Creo que no hubo una sola canción que me haya dejado con ganas de escuchar más. Al contrario, me urgía que acabaran.
La orquesta aporta texturas interesantes, pero termina siendo poco armoniosa y melódica (como en “The Avant-Garde”), y el optimismo constante suele caer en la caricatura y la ligereza excesiva, como si Byrne se hubiera convertido en un cuentacuentos con intenciones de entretener un público infantil. Sé que muchas de estas características son clave para la música experimental y nos encanta, pero a mi parecer, David Byrne no lo supo aterrizar bien, se siente forzado.
Este no es el trabajo más brillante ni innovador de Byrne. No se esfuerza por entregar algo profundo, pero queda claro que a él no le interesa, pues dice: “me importa una mierda lo que piensa la gente”. (¡Se sabeeee!) Aún así, sigue siendo un trabajo honesto, lúdico con momentos agradables. Se la pasaron bien en el estudio y proyectan eso en el disco. Puede que no convenza a quienes busquen aquí sus tiempos más gloriosos, pero sí muestra a un Byrne excéntrico, rodeado de músicos que se atreven a experimentar con él. Vale la pena escucharlo sin prejuicios y ver si conectas con su mundo de colores y rarezas … o no.
Friend – James K
Luisa

¿Alguna vez has patinado en patines? ¿No? No importa: este disco es una introducción paso a paso en la experiencia. Cada canción puede llevarte a un lugar específico donde estás patinando: desde las caóticas calles de Nueva York hasta un viaje galáctico en el que las luces guían el camino de tus rueditas de plástico.
Incluso hay un track que te hace tropezar con una pequeña piedra y, por suerte, que nadie haya visto el accidente. Solo te ríes, te quitas la tierra y continúas con tu recorrido. También hay canciones que evocan esos momentos en los que ya no puedes seguir y necesitas tomar un descanso, un respiro perfecto para reflexionar sobre tu identidad y sobre la vida.
Al terminar de escucharlo, entendí perfectamente la elección de la portada: me vi reflejada en esa chica de animé con patines en tinta rosa con un tie dye noventero de fondo. Lo que aún no descifro es por qué James K decidió llamarlo Friend.
Durante todo el trayecto me sentí sola como Ramona Flowers patinando en el desierto, pero en paz. Tal vez se refiera a esos instantes que muchos introvertidos valoran, cuando disfrutan de su propia compañía. Quizás la idea sea esa: al cuidarnos a nosotros mismos, nos convertimos en nuestros propios amigos.
El disco me dejó la sensación de un viaje íntimo, lleno de matices, como si hubiera estado patinando dentro de mi propia mente. Aunque el título parece hablar de compañía, la verdadera amistad que propone el disco es con uno mismo. En ese sentido, escuchar Friend se convierte en un acto de autocuidado y de conexión personal.
La última vez que me subí a unos patines fue hace más de diez años, pero si alguien me preguntara, le diría que la última vez fue al escuchar este disco.
HAGEN – Titanic, I la Católica, Mabe Fratti
Danielo

Antes de escuchar Hagen, tuve la grata experiencia de asistir a una plática grupal con un monje budista. Me acerqué a conceptos de los cuales desconocía totalmente su existencia, y por si fuera poco, al finalizar mi primer intento torpe de meditación guiada, pude entender mejor la definición de dharma gracias a este álbum.
Si como yo, eres poco conocedor de algunos conceptos del budismo, quédate: el dúo Titanic, conformado por Mabe Fratti y Héctor Tosta (I. la Católica), logra simplificar estas enseñanzas con sus letras poéticas y las texturas sonoras que atraviesan todo el disco.
Absorta en el concepto de la plena consciencia del ser (sati en pali), que antes no comprendía, al reproducir el primer track titulado “Lágrima del sol“, pude entenderlo completamente. Esta canción es un recordatorio de estar completamente presente en el momento, consciente de lo que piensas, sientes y haces, sin distraerte ni juzgarte: “no te voy a permitir que te olvides de que yo te di / mi turno”.
“Gotera” me llevó a sentir un centro ceremonial privado para tu pecho; ahí comprendí la idea del nirvana -la liberación definitiva del sufrimiento y del ciclo del samsara-, en la que te puedes estremecer por la dulce voz de Fratti frente a la áspera ritmicidad y arreglos de cuerdas desquiciados.
“Escarbo de dimensiones” me ayudó a entender el samsara -el ciclo infinito de nacimientos, muertes y renacimientos al que están sujetos todos los seres vivos- y la banalidad de las decisiones, los grises y matices de esta vida. Además, esta rolita te hará bailar y aplicar la plena consciencia de ti mismo con los coros que acompañan a la voz, dándole un aire lejano y etéreo.
Con “Te tragaste el chicle”, entendí una de las Cuatro Nobles Verdades del Budismo. Esta es la primera, el dukkha, que recuerda que la vida implica sufrimiento. “Libra” es otra porción de esta experiencia, es el inicio del camino que guía liberarse del sufrimiento, o como dice la letra: “te tuve que dejar atrás”.
“La dueña” me mostró el karma, estremecedora, el chelo impaciente de morderte sin culpa alguna y su magnífico poder de transportarte al oleaje más intenso de tu alma. Es mi favorita. “Una máquina del tiempo para poder recuperar mi corazón” -fue difícil no llorar con esta canción-.
“La Gallina degollada” puede explicar el anatta –el “no-yo”, la idea de que no existe un yo fijo o permanente-; “Pájaro de fuego” me hizo comprender el anicca –la impermanencia, todo cambia, nada permanece igual-, y se siente como una disculpa para los temores y deseos, acompañado con una instrumentalización que se siente como el track del cierre de una obra de teatro.
Los dos últimos tracks de este camino sanador, “La trampa sale” y “Alzando el trofeo”, son la descripción perfecta de lo que sentía al meditar: un final, una herida, un oleaje muy intenso, la cama después del mareo, aunque te encuentras aún así zapateando en el asfalto mojado pero perdonando a quien fuiste al chispear.
Musicalmente, Hagen tiene muchas capas instrumentales que aportan a una atmósfera que por momentos es contemplativa y onírica, muy centrada en la exploración de texturas y sobretodo de ritmos y percusiones que se desenvuelven hasta ser interrumpidos por teclados enérgicos que me recuerdan al pop de Paul Simon o de Peter Gabriel.
Las líneas melódicas son muy poperas e inteligibles, lo cual aterriza lo contemplativo y casi teatral del disco. El chelo es un instrumento que alejado de su uso clásico se asemeja a una guitarra eléctrica; la voz, aguda y aterciopelada pero muy enérgica, me recuerda a Kate Bush. Los coros brindan un colchón muy placentero con características del gospel.
Es una entrega que dentro del pop es extraña de ver: cuenta historias, es poética y teatral. Los sintetizadores y el chelo remarcan el contraste de la dulce voz frente a la áspera ritmicidad y arreglo, como en “La Gallina degollada”, con elementos de cantos de trance presentes en varias culturas.
Hagen no es solo un disco; es una ensalada de dharma, un viaje que combina filosofía, emoción y musicalidad, que te enseña a estar presente y a explorar tus propios sentidos.
